Monday, December 04, 2006

Calderón y la crisis como oportunidad

Razones
Por: Jorge Fernández Menéndez

Algunos perredistas y sus analistas más cercanos son realmente ocurrentes: un grupo de diputados de ese partido bloquearon el pasado viernes los ingresos al salón de plenos de San Lázaro con porros (la foto de Excélsior demuestra claramente que ninguno de quienes "custodiaban" uno de esos ingresos era legislador ni nada tenía que hacer en San Lázaro); rompieron a los golpes, a las ocho de la mañana en punto, la "tregua" que se había establecido con los panistas, en cuanto recibieron la orden de un López Obrador que estaba de muy mal humor en un Zócalo semivacío, tanto, que tuvo que cancelar las marchas que ya había planeado. Allí, sin embargo, el ex candidato reiteró que en San Lázaro impedirían la toma de protesta del presidente Calderón. Los perredistas, e incluso algún medio afín, señalaron que la ceremonia de traspaso de poderes que se había escenificado en la medianoche del día primero era un sucedáneo para justificar la inasistencia de Calderón (y del presidente saliente, Vicente Fox) a la ceremonia en el Congreso. Desde las ocho hasta las diez de la mañana, ese grupo perredista repartió golpes, encadenó las puertas del pleno, insultó, provocó y armó barricadas con curules. Todo ello les pareció normal y justificable a los voceros del lopezobradorismo. Pero les pareció terrible que el presidente Calderón cumpliera con su obligación legal y llegara al pleno de la Cámara de Diputados por la llamada entrada tras banderas.

El hecho es que, cuando aparecieron en la tribuna del salón de plenos el presidente Calderón y Fox, los provocadores se pasmaron e incluso Ruth Zavaleta, que había defendido durante dos días su lugar junto al presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, Jorge Zermeño, se apresuró a hacerse a un lado para que se sentara el presidente del senado, el priista Manlio Fabio Beltrones. Los perredistas más sensatos comprendieron que no sólo habían perdido una batalla que nunca deberían haber planteado, sino que allí terminaba toda una etapa, que la derrota estaba sellada. El presidente Calderón rindió protesta ante el pleno y ratificó que cumplirá con su palabra y con el Estado de derecho y no se dejará intimidar. Si más de 80% de la población desaprobaba los métodos utilizados por el lopezobradorismo desde el 2 de julio, según las cuatro encuestas publicadas el mismo día primero, el rotundo fracaso político y el ridículo que hicieron López Obrador y sus diputados, dentro y fuera de San Lázaro, fue el sello de una derrota de la que no se recuperarán con facilidad.

Decíamos el día primero que esos grupos políticos habían subestimado a Calderón desde cuando era precandidato: no le vieron posibilidades de derrotar en la interna de su partido a Santiago Creel; tampoco creyeron que podría ganarle la elección a López Obrador y Roberto Madrazo; aleccionados durante seis años de reticencia del Poder Ejecutivo para no ejercer el Estado de derecho, pensaron que, ante la presión, Calderón se doblaría y no iría al Congreso, o que rendiría protesta, como lo dijo Javier González Garza, en "un baño" del Palacio Legislativo. Y el ahora presidente Calderón les volvió a ganar la partida en un acto que, dada la situación que privaba en San Lázaro, superó todas las expectativas posibles y confirmó que, después de seis años, la Presidencia de la República había regresado a Los Pinos.

Lo ocurrido en el Congreso marca el futuro de la escena del país y ello se confirmó con el discurso en el Auditorio Nacional. Se puede valorar de distinta manera la calidad del discurso del Presidente, pero las formas y el contenido son por lo menos sugerentes. El presidente Calderón ratificó que piensa ejercer el poder en forma directa, centralizando la toma de decisiones de los principales aspectos de su administración (seguridad, lucha contra la pobreza, generación de empleos) e instruyendo con acciones concretas a todos y cada uno de los miembros de su gabinete. Al mismo tiempo, reiteró una serie de propuestas que ya había presentado días atrás en una carta de coincidencia con el PRD que, una vez más, los legisladores de ese partido habían desechado. Uno de los méritos de esos doce puntos que el todavía Presidente electo había calificado como coincidencias sobre las cuales podían trabajar en forma conjunta con los partidos del llamado Frente Amplio, era que la mayoría de ellas podrían implementarse como políticas públicas, sin tener que necesariamente pasar por el Congreso y que, si tenían que hacerlo, sería prácticamente imposible para esos partidos oponerse, pues eran parte de sus propias propuestas legislativas. Una vez más, el perredismo subestimó a Calderón, recibió órdenes de López Obrador y rechazó la mano tendida del próximo Presidente. El viernes se sorprendieron de que el Presidente las hiciera públicamente suyas. Perdieron la oportunidad y las banderas.

Pero lo más importante de lo ocurrido en San Lázaro, de lo que se vio en el Auditorio Nacional, en el Campo Marte y en las reuniones posteriores, incluida la comida con los gobernadores el sábado, fue la recuperación de las formas presidenciales. En política, decía don Jesús Reyes Heroles, la forma es fondo. Y Calderón pareció y actuó en forma presidencial, volvió a darle su lugar a una institución que, por las razones que fueran, su antecesor había desdibujado hasta hacerla irreconocible.

Por cierto, los nombramientos de Jesús Reyes-Heroles Garza en Pemex, la ratificación de Alfredo Elías Ayub en la CFE, de Miguel Ángel Yunes en el ISSSTE y de Juan Molinar Horcasitas en el IMSS confirmarían que, en esos dos grandes temas: la reforma energética y la de pensiones, Calderón tratará de cumplir con lo que ha propuesto. La crisis es sinónimo también de oportunidad. La torpeza del lopezobradorismo le ha abierto de par en par esa puerta a la nueva administración.

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