Sunday, July 15, 2007

Abuso sexual agravado

Germán Dehesa

La capacidad de intromisión que tiene la realidad en nuestras vidas es brutal. Hoy lunes 7 de mayo, me disponía a escribir un risueño artículo en torno al demoledor impacto de los encuerados en la sensibilidad nacional y también quería hablar del inminente y consternante Día de las Madres que avanza implacable. Ya había construido el primer párrafo, cuando sonó el teléfono. Era mi amigo Víctor Foja que, sin el menor miramiento, me dijo: ¿quieres oír una historia atroz?. En lo que yo pensaba si quería o no quería, él comenzó.

Todo es absolutamente real, aunque esté teñido de esa irrealidad que lo perverso le impone a los actos del hombre. Víctor y yo tenemos un amigo en común llamado Jesús Anaya que es un hombre y un editor cabal. Sucede que hace unos días, su hermano que vive en Guadalajara dedicado al trabajo decidió venir de visita a México. Llegó, hizo algunas visitas y abordó el Metro. Se trata de un hombre diabético y extremadamente impresionable. Ahí en el Metro se quedó dormido abrazando su portafolios. Cuando despertó (diría Kafka) descubrió dos cosas: la estación donde debía bajarse ya había quedado atrás y frente a él tenía a una mujer vociferante que lo acusaba de "acoso sexual". Francisco José Anaya no sabía ni de qué se trataba. No tuvo tiempo. Con sospechosa celeridad aparecieron los vigilantes del Metro. Éste fue el primer círculo infernal. En el segundo está, cosa extrañísima en México, un guardián corrupto que funge como Comandante de la estación del Metro quien amable y paternal, le aconseja a nuestro amigo que le dé diez mil pesos a la señora y "aimuere". Francisco José se niega rotundamente y es enviado a la Agencia del Ministerio Público 50-C. A estas alturas, nuestro personaje manifiesta señales de daño cardíaco. En calidad de "detenido" lo envían al Hospital de Balbuena. Su familia comienza a buscarlo pero nadie da razón.

De Balbuena lo regresan al día siguiente a la Delegación , sin que la "querellante" se haya presentado a ratificar su denuncia. Ahí estuvo 48 horas y de ahí salió rumbo al Reclusorio Oriente acusado de abuso sexual agravado.

El Reclusorio Oriente fue construido para alojar a cuatro mil presos; su población actual es de diez mil y éste es el tercer círculo del infierno en el que ha caído un hombre inocente. De los diez mil reos que hay en el Reclusorio, por lo menos uno no entiende en qué pesadilla se ha abismado y está en espera de ser sometido a juicio y todo esto sin tomar en cuenta el daño que se le ha hecho a su buen nombre, el deterioro físico que gratuitamente se le ha provocado, el dinero del que él y su familia han sido despojados (por supuesto que el Ministerio Público se quedó con su "mochada") y todo lo que ahora vendrá como castigo al incalificable delito de haber abordado el Metro.

Señores de la autoridad, de Marcelo Ebrard hasta el último vigilante del Metro: no tienen ustedes madre, ¿cómo pueden permitir que nos hagan cosas así?, ¿para eso les pagamos?, alguno de ustedes me dirá que son prácticas muy viejas y que hay muchas "mafias enquistadas", y yo les diré que no hay (no habría) más que de dos sopas: o limpian tanta podredumbre, o renuncian.

Pero no, ni lo uno ni lo otro, nada de esto sucederá. Ya todos están cuidándose, placeándose y acomodándose para el 2012 y éstos son asuntos menores. Allá en el Reclusorio, Francisco José continuará maldiciendo la hora en que se le ocurrió venir a la Ciudad de México.

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